Autor: Julio Borromé
El nacionalismo en el pensamiento del escritor trujillano Mario Briceño Iragorry es un descomunal e inagotable concepto de búsqueda de la venezolanidad, un valor que retrocede según avanzamos, una palabra vigilante para mantenernos firmes en esa otra noción que va impedir que cedamos nuestra soberanía a cualquier imperio, esa noción histórica es la del antiimperialismo. No es casual que la idea de nacionalismo en apariencia dominada por confusiones ideológicas, permanentemente criticada por la derecha mundial y por algunos intelectuales desencantados, que casi siempre se menciona para decir que nada significa, goce en los actuales momentos de densidad histórica.
El uso con sentido internacionalista del nacionalismo propuesto por Don Mario de manifiesta una estructura sustancial de la libertad en tanto reconoce en la soberanía de los pueblos un derecho conquistado que debemos interponer frente a las amenazas permanentes del imperialismo estadounidense que fundamenta su política internacional en destruir nuestra conciencia histórica y vaciar de sentido nuestra cultura con lo que estaríamos mejor preparados para negar lo que hemos sido, en consecuencia, construir una segunda naturaleza con el modelamiento externo y el desecho de nosotros mismos.
En esto consiste el nacionalismo de Don Mario, en colegir toda su fisonomía histórica de la soberanía y de la independencia, incluida por supuesto la razón, para buscar evidencias compartidas. Las naciones latinoamericanas necesitan conocer las realidades y entenderse con las demás, para lo cual tienen que abandonar el seno cómodo y protector del nacionalismo aldeano y superar las disputas internas, las cuales aprovecha el imperio estadounidense para dividir y gozar del derecho a intervenir y manejar los asuntos internos de cada nación. El diálogo y la confianza mutua de nuestros países deben conservar las relaciones de identificación contra las agresiones de quien pretende neutralizar nuestra unidad histórica, y reactualizar la Doctrina Monroe, y todo ello sobre un fondo de confianza universal en la consistencia de la integración; herencia de los padres de la independencia.
Para Don Mario el hecho histórico de la firma del Acta de Independencia, con la cual las naciones alcanzarían la libertad política, expresa el decoro de la libertad y el pacto de rango histórico con nuestro destino. “Para ello nuestros Padres firmaron un acta que constituye la raíz de nuestros compromisos con la Historia”.
Así es como Don Mario evidencia la necesidad de conservar viva la memoria de nuestros antepasados republicanos para salirle al paso a quienes entregan el país a los consorcios estadounidenses y a los que confunden la “campaña nacionalista”, de ayer y hoy, con viejos resabios de tradicionalismo o con el miedo a la contaminación de un nacionalismo biológico que justificaría la aniquilación de la diferencia. Tenemos que tener comprensión, nos advierte Don Mario, del significado fascista del concepto de nacionalismo cuyos objetivos políticos se entretejen con el blanqueamiento y el afán de negar la vida.
Este tipo de nacionalismo produce réplicas enmascaradas de democracia en Europa y en América Latina y hasta da muestras de fidelidad cuando los gobernantes traidores, las oligarquías económicas y financieras falsifican la historia y promueven las alianzas con el imperialismo estadounidense desertando de la propia conciencia. Para Don Mario la clave está en combatir con nuestras resistencias morales la actitud entreguista y la mentalidad colonial asumida por los vendepatria que han alcanzado una caracterización de brillantez léxica en el término pitiyanqui. “Más que el extranjero —expresa Don Mario exiliado en España y perseguido por la dictadura de Marcos Pérez Jiménez— que aprovecha circunstancias de favor, nuestro azote nacional ha sido el pitiyanqui entreguista, el cagatinta farandulero que hizo el bufón en la fiesta de los intrusos, el Andresote alquilado al interés de los contrabandistas de la dignidad nacional”.
Pero el nacionalismo de Don Mario no sólo es un concepto para la defensa de lo nuestro y la saludable cooperación entre naciones conformantes de un bloque antiimperialista sino que hace corresponsable a las generaciones futuras de reinventar un patriotismo de seguro y perceptible alcance de lo que deben ser nuestras sociedades en función del sedimento histórico legado y forjar a propósito de esa herencia nuevos valores y no sólo tener presentes los valores recordados y vividos: “nuevos valores, como el de la igualdad —escribe Don Mario— que al rejuntarse con los conceptos de libertad, de independencia y de tolerancia, formaron el común denominador de nuestra razón de pueblo”.
Sólo que de aquellos valores partimos para otro conocimiento que nos permite hacer inteligible el concepto de tradición para aprender del pasado e ir hacia una actitud valorativa del presente en pleno uso de la soberanía y de la conciencia histórica. Decir nacionalismo, en Don Mario, es asumir con coraje el derecho a decidir nuestro modo de ser, sin espejos deformantes y sin que tengamos que justificar el derecho a regir nuestros destinos frente a la amenaza permanente de los imperialismos.
La elección del nacionalismo supone un riesgo y una anticipación. Al defender las conquistas históricas de nuestros antepasados vamos a considerar que la tradición se ha incorporado al proyecto de independencia definitiva, lo cual para Don Mario es la aspiración mayor. Pero la constitución del orbe soberano exige una participación consciente y voluntaria de nuestro pueblo, protagónica y lúcida, que no podríamos llevar adelante sin el coraje, la dignidad y las “vitaminas nacionales” que entrarían en quiebra sin un esfuerzo sostenido. El nacionalismo es un acto de compromiso, un acuerdo para defender y reclamar la integración como valor aglutinante.
Dicho así, el nacionalismo nos deja instalado en una posición con respecto a nosotros mismos y frente al agresor. Mientras urge hacer un viaje hacia nuestra conciencia histórica y reactualizar el proyecto antiimperialista de Bolívar, sedimento histórico en el pensamiento de Don Mario, toda defensa de nuestra autonomía está regida por el valor de la Historia y por los signos morales que son los elementos constitutivos de nuestras naciones. El nacionalismo define un modo de ser propio e instaura una novedad radical en tanto necesita materiales sólidos de la tradición la conciencia social, la unidad y la concordia para robustecer el carácter y mantener la prestancia moral.
No hay un nacionalismo solitario o una democracia de élites empresariales; quienes pretenden mirarse el ombligo no dejan de pasar por la impotencia del monólogo y no les queda sino la práctica de la violencia como método para negar la diversidad de nuestra “América morena y mulata”. Don Mario opone a este nacionalismo de engañifa y patriotero, el nacionalismo en función de colegir, de nuestra soberanía e independencia, toda búsqueda de libertad plena: “El nuestro —diverso al nacionalismo alemán de Hitler o del nacionalismo italiano de Mussolini— es una mera actitud de protección frente a tendencias disgregativas provocadas, tanto por la falta de módulos internos, como por el propósito foráneo de mantenernos incursos en esquemas políticos-económicos contrarios a nuestras propia realidad de pueblo”.
El nacionalismo de Don Mario exige un fuerte compromiso antiimperialista. Es su razón de ser alcanzar la independencia moral, filosófica, económica, política, cultural, y buscar en nuestros módulos creadores y en el patrimonio moral de nuestra tradición independentista, el destino de Patria que ayer y hoy nos reclama a todos sin distinción de credo ideológico. Este fuerte lazo histórico nos libra de caer en la esclavitud, la irracionalidad, la violencia, el fanatismo. Ser nacionalista se convierte en el primer deber de un acto de razón hacia el establecimiento de una política de la descolonización. Este aspecto ignorado o secretamente olvidado por los estudiosos del pensamiento de Don Mario estructura una teoría de la descolonización. Para un próximo texto intentaré acercarme a dicha intuición.