Autor: Julio Borromé
Un paseo por una gran ciudad moderna es un desafío a las tentaciones del capitalismo y a sus modos ficcionales de recrear la realidad y de construir una virtualidad de singularidad aceptada por todos los que cotidianamente juegan al espectáculo hedonista que de esa virtualidad deriva. Prevalece en este estado de cosas una identificación entre los individuos, el sistema que los oprime y la despersonalización cada vez más unificada a la inautenticidad de una vida que pasa involuntaria. Es con la misma facilidad de hacer creer a los consumidores que la publicidad y los medios de difusión de masa producen mercancías para alimentar el sueño posible donde los individuos se tambalean entre lo real y lo fantástico.
Dentro de las formas de seducción del capitalismo estadounidense, las sociedades viven dentro de un mercado de ilusiones, que pone todas las fantasías al alcance de los sentidos y de los sueños; y una repetida frustración cuando los individuos no consiguen satisfacer los deseos, que por una extraña paradoja, son pura ficción. De estas ficciones y virtualidades sociales es Mario Briceño Iragorry, y la crítica del escritor trujillano al modo de vida del capitalismo mundial tiene una doble lectura. De un lado, la explicación del desorden y el relajamiento moral de la sociedad venezolana a falta de sedimento histórico, y del otro, la interpretación de la crisis de la posguerra y del sistema financiero mundial.
1.
El espacio de control social en el capitalismo es, forzosamente, inestable. Sin efugios ni aplazamientos, en el peligroso trance en que se halla puesto por la abundancia de signos que acaba haciendo del control no solamente su fuerza sino también su fin. Las formas de control se convierten en el objetivo principal del proyecto del capitalismo, ese capitalismo —vislumbrado y cuestionado por Briceño Iragorry— diluido en el capital financiero internacional y en las oligarquías, en el conocimiento a través de la ciencia y la tecnología al servicio de las trasnacionales y de la industria de la guerra, en la verdad de la historia única frente a las diversas historias que nos relatan otras culturas, en la literatura como expresión de la banalidad, en la imitación de frases en lenguas extranjeras, en la moda al servicio de la uniformidad del gusto, en la economía liberal que dinamiza y regulariza la sociedad con el libre mercado, en la cultura que viene enlatada y forma la estética de los objetos y del cartel postmoderno.
Pero no debemos creer, ingenuamente, que las formas de control del capitalismo están diluidas sin orden al capricho más o menos controlado del azar. Entendamos que son las relaciones del poder donde el capitalismo alcanza la racionalización instrumental conducente a borrar la historia y las diferencias de los pueblos. La expansión de aquellos modos de relaciones deba acaso atribuirse a la consideración optimista de que el poder es neutral, y toma la forma de instituciones al servicio del gobierno estadounidense, del libre mercado y de las redes financieras mundiales, donde el juego de ganancia es infinito y jamás agota sus posibilidades de ajustarse a su propia dinámica y de ajustar a las sociedades a sus recetas con el fin reconocido por todos de que la economía liberal sirve para mantener la acumulación de fortunas para unos pocos, el empobrecimiento de las mayorías y la producción de violencia que, a partir de unos límites determinados y aceptados, disuelve el espacio político.
2.
Es en este contexto totalitario y fragmentario, terreno fertilísimo para el capitalismo, donde Mario Briceño Iragorry propone un sano nacionalismo creador de sus formas culturales frente a la precariedad de los signos pasajeros, del individualismo generado por la sociedad de consumo, del capital simbólico y de la oscilación de las mercancías; signos, egoísmo, formas del conocer y mercancías, que el pensador trujillano ve penetrar en nuestros países, en los que “los pitiyanquis” comercializan y hacen apuestas con valores y productos que desaparecen con facilidad pensándose que son los más sólidos. Querer confrontar esta modalidad de coloniaje y apostar por los ideales bolivarianos tiene un nombre: nacionalismo. En Briceño Iragorry dicho concepto o más bien, el coraje y orgullo saludable de quienes habitamos y compartimos una tierra, un hogar, unos ideales, una poética y una historia con el resto de Nuestra América y el Caribe, define un modo de ser, y consiste políticamente, en fortalecer la unidad y la solidaridad entre los pueblos. Razones obvias de oponer los signos morales a la violencia de las formas de dispersión del capitalismo estadounidense, nos invitan a fijar el ámbito de la historia, que es, en definitiva, el lugar donde radica el proyecto independentista y anticolonial bolivariano.
Y uno de los modos en que el imperialismo niega la historia de los pueblos consiste en sustituir los proyectos fundacionales de las naciones por formas de alienación en el campo de la cultura: el laberinto en el que los signos se cruzan hasta desaparecer en nuestros pobres bazares postmodernos y asumen en algunas mentes xenofrénicas las formas del racismo y del menosprecio por nuestros valores sustantivos que en la actualidad permanecen, se recrean y se reactualizan.
Con Mario Briceño Iragorry entendemos el proyecto histórico bolivariano, la memoria y las tradiciones como formas de elección, es decir, los pueblos eligen ser libres, independientes y soberanos. Preferimos un “exceso de tradiciones” en palabras de Z. Bauman o la “tradición inventada” de Eric Hobsbawm, que un exceso de capitalismo, o la exacerbación del imperialismo, fase superior del capitalismo. La elección funda la convivencia y el reconocimiento de los pueblos en el ámbito de lo histórico. Este darse cuenta de la historia común hace posible el entendimiento de la memoria y de las tradiciones, el lenguaje que hace posible la comunicación y lo simbólico, la conciencia que funda el espacio de la subjetividad y la crítica, y las normas que permiten la cohesión, el acuerdo y la vida en comunidad, aceptando y reconociendo las diferencias.
La crítica de Mario Briceño Iragorry desmitifica el incontenible optimismo del progreso y la ilusión del capitalismo. La conciencia ejerce vigorosamente la distancia clarificadora: crítica de la racionalidad instrumental, indignación ante la intolerancia, la violencia material y simbólica, y ante los métodos de destrucción progresiva de las culturas nacionales, incluyendo las culturas originarias porque sin sus prácticas culturas y políticas no hay Nación. Al mismo tiempo Briceño Iragorry da consistencia a su concepción antiimperialista con los fundamentos políticos y filosóficos del bolivarianismo. Justo donde se encuentran los dos opuestos históricos —nacionalismo e imperialismo— se define la dimensión moral del pensador trujillano. Si la crítica es clarificadora, la historia de nuestros pueblos es valorativa. La idea de los valores sustantivos de la nacionalidad: libertad, igualdad y justicia fundada en el proyecto liberador de Simón Bolívar es el vínculo que une el pasado de América Latina y el Caribe con nuestro presente y más allá. El presupuesto de toda idea de descolonización abre las puertas a un mundo más bello, justo y solidario.
3.
Tomar conciencia de la soberanía que se ha forjado a lo largo de nuestra historia, es, a nuestro entender, empezar a valorar el sentido de la libertad. Libertad para elegir, no en el sentido liberal de las escuelas de los Friedman, de los Lyotard, de los Fukuyama y sus acólitos latinoamericanos, sino libertad en la condición autónoma de elegir para fijar una posición frente a la polución depredadora del coloniaje y de sus formas de encubrimiento.
Esta capacidad de desdibujar y colonizar la historia de los pueblos cambia progresivamente a modalidades menos dolorosas para que así parezcan naturales y deseables frente al imperante caos producto del estado esquizofrénico al que se ve sometida la historia cuando el capitalismo intenta destruir la memoria colectiva.
La disipación del horizonte histórico beneficia al capitalismo y a sus modos de reducir la complejidad cultural y la actualización de la utopía a un simplismo homogéneo y voluntad simplificadora de historicismo. De ahí el llamado bolivariano de Briceño Iragorry a la unidad, al aglutinamiento de los valores sustantivos y a la integridad de los pueblos del Sur y del Caribe.
Finalmente, pues, redescubrir el tema del nacionalismo en Mario Briceño Iragorry comporta una labor colectiva y una “actitud ética”, en palabras de Foucault. La asunción del destino liberador de América Latina y el Caribe, con la ruptura de límites y desequilibrios que tiene lugar en esta fase crítica del imperialismo estadounidense, plantea, una vez más, la necesidad de favorecer mecanismos de contrapeso que equilibren el actual desorden del mundo y formen una alianza intercontinental con miras a presentar formas alternativas de conducirse y actuar en el mundo. Esto no es en absoluto invento reciente. El coraje de Briceño Iragorry en pararse frente al imperialismo yanqui y decir nacionalismo, donde ladran —vaya el perdón a Diógenes el Cínico— los traidores de ayer y hoy, anima a los pueblos a elegir su destino, a vivir en paz y a ser felices.