La huella profunda del Discurso de Angostura

Autor: J. A. Calzadilla Arreaza

  Hay escritos que dejan huellas profundas en la historia de los pueblos. El Discurso de Angostura es uno de esos textos que engendraron la nación y que conservan su potencia generadora. Sus párrafos constituyen una obra cumbre de la literatura política venezolana y latinoamericana, que hoy celebramos luego de doscientos años de insistencia en nuestra memoria.

  La mañana del 15 de febrero de 1819, el general Simón Bolívar, Jefe Supremo de la República venezolana, pronunció sus famosas palabras que hoy conocemos como el Discurso de Angostura. Se trataba, protocolarmente, de su entrega formal, ante el nuevo Congreso, de un mando extraordinario dictado por las emergencias que sufrió el proceso revolucionario desde 1810. Pero, políticamente hablando, se trataba de exponer y justificar un proyecto de reforma constitucional propuesto por él mismo. Bolívar retomaba el hilo constitucional de la República urgiendo a reformar la Carta Magna de 1811, por manos de un poder constituyente legítimamente instituido.

  Angostura es el lugar de un renacimiento militar de las fuerzas patriotas, con sus riquezas internas y su emplazamiento ventajoso sobre el eje del Orinoco, con vectores hacia el Atlántico y hacia la profundidad del continente. Pero Angostura, que sirvió de capital a la República desde 1817 hasta 1821, representa también el foco de un formidable renacimiento político de la causa independentista, nacional e internacionalmente. La publicación del Correo del Orinoco y la convocatoria a un Congreso Constituyente son dos muestras resaltantes.

  Los patriotas habían sido calificados de vagabundos y bandoleros por el poder español. Tocaba demostrar ante el mundo que los libertadores de Venezuela estaban conformados en una República civilista, con unas instituciones, un cuerpo jurídico, y además una historia cruenta y dolorosa que se remontaba hasta más allá del 19 de abril de 1810.

  El Discurso fue escrito entre diciembre de 1818 y enero de 1819, durante una campaña en los llanos de Apure, y Bolívar pidió a su amigo, el jurista Manuel Palacio Fajardo, que lo revisara e imprimiera. Este encontró sus tesis originales y respetables.

  Tres son los propósitos del discurso del Libertador: reafirmar la continuidad del proyecto republicano; entregar el mando supremo a una instancia de la soberanía nacional y relegitimar su propia autoridad; proponer una reforma profunda a la Constitución de 1811.

  Ciertamente, el Libertador asume todas las conquistas de la primera Constitución venezolana:

Amando lo más útil, animada de lo más justo, y aspirando a lo más perfecto, al separarse Venezuela de la nación española, ha recobrado su independencia, su libertad, su igualdad, su soberanía nacional.

  Los avances formales de la nueva nación son indiscutibles:

Constituyéndose en una República democrática, proscribió la monarquía, las distinciones, la nobleza, los fueros, los privilegios: declaró los derechos del hombre, la libertad de obrar, de pensar, de hablar y de escribir.

  No obstante, la realidad revelada por todas las calamitosas vicisitudes por las que el país ha atravesado obliga a una mirada crítica y pragmática:

Habiendo ya cumplido con la justicia, con la humanidad, cumplamos ahora con la política, con la sociedad, allanando las dificultades que opone un sistema tan sencillo y natural, mas tan débil que el menor tropiezo lo trastorna, lo arruina.

  Contra el federalismo teórico copiado de la Constitución estadounidense, Bolívar afirma la necesidad de “una República sola e indivisible”, con una ley dictada por “el genio tutelar venezolano”, tomando en cuenta su historia, su suelo, sus costumbres y caracteres. Reclamará una Constitución política adecuada a la constitución moral de los venezolanos. Por aspirar a una libertad ilimitada en la abstracción ideal, la República ha caído en los extremos de la anarquía.

  Bolívar traerá a la escena política el peso de la huella colonial, el factor ignorado por la Constitución de 1811: que la dominación española ha dejado un pueblo moralmente pervertido, sujeto al triple yugo de la ignorancia, la tiranía y el vicio. Un pueblo así es capaz de convertir sus propios derechos en armas liberticidas. Un pueblo así confunde la libertad con la licencia, la justicia con la venganza, el patriotismo con la traición, en una disolvente inversión de los valores. Un pueblo así parece hacer cierta la máxima aborrecible: “que más cuesta mantener el equilibrio de la libertad que soportar el peso de la tiranía”. Para remediar esta perversión moral y política heredada del coloniaje, Bolívar inventará un cuarto poder: el Poder Moral, que deberá regir la educación de un nuevo pueblo republicano y descolonizado.

  El problema filosófico, a la vez que político, que guía el hilo del Discurso de Angostura es aquel formulado por Bolívar en el juramento de Roma en 1805: “la incógnita del hombre en libertad”. ¿Cómo es posible para un pueblo alcanzar la libertad? Problema teórico a la vez que práctico. El mayor obstáculo que precisará Bolívar ya fue señalado por él en 1811, ante la Sociedad Patriótica: “estas dudas son tristes efectos de las antiguas cadenas”. En Angostura se planteará, quizás por vez primera en el pensamiento continental, el tema de la descolonización. ¿Cómo se constituye el sujeto histórico y colectivo de la libertad? ¿Cómo se vence el lastre histórico de la subjetividad colonizada, “las reliquias de la dominación”?

  Esta doble reflexión, filosófica y política, teórica y práctica, configura lo que podríamos considerar una ética nacional bolivariana, cuyos principios y mecanismos están en la arquitectónica del Discurso de Angostura. Se trata de renovar en el mundo “la idea de un pueblo que no se contenta con ser fuerte y libre sino que quiere ser virtuoso”.

  El diagnóstico del Libertador será severo:

Un pueblo pervertido, si alcanza su libertad, muy pronto vuelve a perderla; porque en vano se esforzarán en mostrarle que la felicidad consiste en la práctica de la virtud; que el imperio de las leyes es más poderoso que el de los tiranos, porque son más inflexibles, y todo debe someterse a su benéfico rigor; que las buenas costumbres, y no la fuerza, son las columnas de las leyes; que el ejercicio de la justicia es el ejercicio de la libertad.

  Lo que los constituyentes de 1811 han soslayado es el estado moral de un pueblo recién salido del coloniaje, pues a estos sujetos “el hábito de la dominación los hace insensibles a los encantos del honor y de la prosperidad nacional, y miran con indolencia la gloria de vivir en el movimiento de la libertad, bajo la tutela de leyes dictadas por su propia voluntad.”

  En cuanto al funcionamiento del Estado, el Libertador propondrá el fortalecimiento del Poder Ejecutivo y la delimitación rigurosa de los diferentes Poderes, para así garantizar el equilibrio político según un mecanismo de “restricción y concentración recíprocas”. Cada Poder se fortalece mientras más se diferencia funcionalmente de los otros Poderes, gracias al límite que estos se oponen entre sí.

  Advirtiendo el peligro de un “despotismo deliberante”, aconsejará:

Que el Poder Legislativo se desprenda de las atribuciones que corresponden al Ejecutivo, y adquiera, no obstante, nueva consistencia, nueva influencia en el equilibrio de las autoridades.

  El equilibrio será la norma de la armonía entre los Poderes, tanto en lo interno del Estado como en la relación exterior entre el Poder Público y una voluntad popular que tiende a resistirle. Así como el Poder Público propende al abuso de las leyes, la voluntad popular tiende a la licencia. El primero debe ser contenido, la segunda debe ser moderada por su acción recíproca.

Mi idea es que todas las partes del Gobierno y Administración adquieran el grado de vigor que únicamente puede mantener el equilibrio, no sólo entre los miembros que componen el Gobierno, sino entre las diferentes fracciones de que se compone nuestra sociedad.

  Encontramos en el Discurso de Angostura la toma en cuenta de un poder popular en incipiencia, definido todavía en un estado negativo de licencia y resistencia ante el Gobierno, pero miembro determinante del “Estado social” y en correlación funcional con los Poderes gubernamentales. Es justamente ese poder aún tumultuario el que adquirirá pleno rango de sujeto político gracias a los polos de la moral y las luces, a las palancas del saber y el trabajo.

  En esta construcción de una nueva República fortalecida, se hace imprescindible crear un nuevo cuerpo jurídico, más allá de la Carta Magna sugerida, como condición de un nuevo y verdadero sistema de justicia. Un nuevo cuerpo de leyes venezolanas ha sido la tarea pendiente del primer Congreso Constituyente, que dejó en vigencia los arcaicos y variopintos códigos heredados de la Colonia:

Esta Enciclopedia Judiciaria, monstruo de diez mil cabezas, que hasta ahora ha sido el azote de los pueblos españoles.

  El estilo literario de Bolívar utiliza la tríada como expresión de unos conceptos que no tienen sentido concreto por sí solos sino en una complementación de todos los términos. Equilibrio, igualdad y unidad serán los principios del arte de gobierno bolivariano. Poder, prosperidad y permanencia serán sus objetivos; felicidad, seguridad y estabilidad serán sus efectos; inocencia, humanidad y paz serán sus logros; justicia, igualdad y libertad serán sus fines.

  Entregando el cargo ante el Congreso soberano, Bolívar admite que cualquiera de sus decretos pueda ser derogado o revisado si este así lo considerase, pero ruega como por su propia vida y la vida de la República confirmar la libertad absoluta de los esclavos:

no se puede ser libre y esclavo a la vez, sino violando a la vez las leyes naturales, las leyes políticas y las leyes civiles.

  Pide también al nuevo Estado en formación que no deje de honrar la deuda pública que ha permitido potenciar la fuerza militar, y que reconozca la Orden de los Libertadores conferida a los héroes de la guerra, así como las recompensas hechas a estos con los bienes de la nación.

Y si el pueblo de Venezuela no aplaude la elevación de sus bienhechores, es indigno de ser libre y no lo será jamás.

  Como una última exhortación al Congreso Constituyente exclamará Bolívar, en una síntesis final de su sistema de gobierno:

Dignaos conceder a Venezuela un gobierno eminentemente popular, eminentemente justo, eminentemente moral, que encadene la opresión, la anarquía y la culpa. Un gobierno que haga reinar la inocencia, la humanidad y la paz. Un gobierno que haga triunfar, bajo el imperio de leyes inexorables, la igualdad y la libertad.

  En una expresión de modestia que abrirá una nueva era en la historia de la Venezuela independiente y soberana, y en el destino de la América antes española, concluirá Bolívar: “Señores, empezad vuestras funciones: yo he terminado las mías”.

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