Simón Rodríguez, maestro de Repúblicas

AutorJ. A. Calzadilla Arreaza

  Un tal Simón Rodríguez…

  Simón Narciso Rodríguez nació en Caracas, entre la noche del 28 y la madrugada del 29 de octubre. Dice la que parece ser su acta de bautismo que vino al mundo el año de 1769, aunque algunos aún sostienen que nació el año de 1771. Fue un niño abandonado y desconocido por sus padres, condición calificada entonces como de “niño expósito”. Niño excluido, echado fuera, sin familia. Se sabe sin embargo que su padre fue el clérigo Alejandro Carreño, maestro músico. Su madre fue Rosalía Rodríguez, hija de hacendados de origen canario. Tuvo por hermano al músico patriota Cayetano Carreño.

  Fue maestro de primeras letras de la escuela municipal de Caracas entre 1791 y 1795, donde el niño Simón Bolívar fue su alumno. Abandonó Venezuela en 1797, el mismo año en que las autoridades monárquicas descubrieron la Conspiración de Gual y España. Nunca más volvería a su país natal. Al llegar a Francia en 1800 se hizo llamar Samuel Robinson. El joven viudo Simón Bolívar volverá a encontrarlo en París, y de 1804 a 1806 Samuel Robinson será su director de conciencia y tutor filosófico. Juntos harán el famoso juramento del Monte Sacro, en Roma, en 1805.

  Simón Rodríguez o Samuel Robinson regresará a nuestro continente en 1823 y se convertirá en una leyenda. Contra todas las adversidades, y tratando de sobrevivir, recorrerá durante 30 años el arco de los países andinos: Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, queriendo enseñar a los americanos a ser libres, a construir verdaderamente una república.

  Simón Rodríguez falleció el 28 de febrero de 1854, a los 84 años, sin asistencia médica, en el desértico pueblo de Amotape, al noroeste del Perú, tras una larga y penosa agonía.

  En su peregrinar, acabó convirtiéndose para el continente en el Maestro de la República, es decir, del modo de vida republicano. Como maestro y amigo del Libertador, como pedagogo impulsor de una verdadera educación popular, como filósofo del arte de vivir propio a la república, lo celebramos en este homenaje a su memoria, a los 250 años de su nacimiento.

  Simón Rodríguez y Bolívar

  Casi en la cúspide de su gloria militar y política, poco antes de las batallas victoriosas de Junín y de Ayacucho que sellarían el fin del imperio español sobre Sudamérica, Simón Bolívar declaró por escrito su imborrable deuda humana y ética a Simón Rodríguez.                                              

En la famosa Carta de Pativilca (19 de enero de 1824) le escribe:

“¡Con qué avidez habrá seguido Usted mis pasos dirigidos muy anticipadamente por Usted mismo! Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que Usted me señaló.”

  Esta relación formadora del corazón y del carácter entre Simón Rodríguez y el futuro Libertador se había iniciado en la Caracas de 1792, cuando Feliciano Palacios, abuelo y tutor del niño Bolívar lo contrató como su “ayo” o preceptor. Desde 1793 Simón Bolívar asistió a la escuela dirigida por Simón Narciso Rodríguez, y en 1795 le fue impuesto por la Real Audiencia de Caracas que viviera como pupilo en casa del maestro Rodríguez, cuando el niño Bolívar huyó de su casa por negarse a vivir con su nuevo tutor legal, su tío Carlos Palacios.

  Diez años más tarde se reencontrarían en París, Robinson pobre y prófugo del imperio español, y un joven Bolívar viudo e inmensamente rico, sin sentido de la vida, entregado al olvido y a la disipación. El Maestro guiará la formación filosófica y la reflexión política que llevarán al joven Bolívar a realizar el juramento del Monte Sacro, el 15 de agosto de 1805.

  En la Carta de Pativilca, en 1824, el Libertador le escribió:

“Nadie más que yo sabe lo que Usted quiere a nuestra adorada [Gran] Colombia: ¿se acuerda Usted cuando fuimos al Monte Sacro en Roma a jurar sobre aquella tierra santa la Libertad de la Patria? Ciertamente no habrá olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros: día que anticipó, por decirlo así, un juramento profético a la misma esperanza que no debíamos tener.”

  A comienzos de 1825 se reencontrarán Samuel Robinson y el Libertador en Lima. Ya había quedado deshecho el último gran ejército español en Ayacucho, y se abría libre al Sur la nueva República de Bolivia, donde Simón Rodríguez dirigiría su proyecto de educación popular. El 26 de octubre ascienden a la cima del Potosí el Libertador y el maestro Simón Rodríguez, acompañados por el mariscal Sucre y el estado mayor. En la cumbre americana que simbolizaba la tropelía española de tres siglos sobre el continente, Bolívar declara cumplido su juramento sobre el Monte Sacro.

  Simón Rodríguez pedagogo

  Al comienzo mismo de su carrera como maestro, en 1794, Simón Rodríguez elevó al Cabildo de Caracas un proyecto de reforma de la escuela de entonces que representa en Venezuela el primer esbozo moderno de un sistema escolar laico, estatal, y universal. En las Reflexiones sobre los defectos que vician la escuela de primeras letras de Caracas, proponía que los niños pardos o mestizos fueran educados bajo el mismo sistema y con la misma enseñanza, en cuanto a primeras letras se refiere, que los niños blancos. El proyecto fue rechazado por la Real Audiencia de Caracas en 1795 y ese mismo año Simón Rodríguez renunció a su cargo de maestro.

  Treinta años más tarde, designado Director de Educación de la naciente Bolivia, el Maestro pondrá en obra su proyecto de Educación Popular, que deja lejos a la reforma moderna de 1795.

  En 1826 Robinson se propuso una verdadera revolución educativa que buscaba la formación de republicanos para las repúblicas, mediante la rehabilitación total de las masas excluidas por la monarquía.

  En 1850 le dijo al escritor neogranadino Manuel Uribe Ángel:

“Mi gran proyecto por entonces consistía en poner en práctica un plan bastante meditado que estriba en colonizar la América con sus propios habitantes, para evitar lo que temo acontezca un día; es decir, que la invasión repentina de colonos europeos más inteligentes que nuestro pueblo actual, venga a avasallarlo de nuevo y a tiranizarlo de un modo más cruel que el del antiguo sistema español. Yo querría rehabilitar la raza indígena y evitar su extinción completa.”

  El maestro Robinson enseña ideas primero que letras, y como las ideas vienen de las cosas, mediante la práctica y la experiencia se alcanzará el uso de la razón o facultad de pensar que es esencial al republicano, pues éste no obedece ciegamente como el esclavo, sino que se guía por su propio pensamiento, y en mayor término, por la razón común o fin social.

  Los alumnos de Simón Rodríguez, todos los muchachos, indios y mestizos desheredados con que quería poblar los desiertos sudamericanos, aprendían los oficios primarios: alfarería, carpintería y herrería, pues sobre ellos se fundan los otros oficios. Y junto con ellos aprendían los principios de la sociabilidad, que se basan en la conciencia de que cada uno depende de todos y que del bien del todo depende el bien de cada uno. Se hacían así hombres y mujeres con aptitud para el trabajo y con conocimiento de la sociedad en que vivían, es decir, formación política o ciudadana, que los hacía aptos para participar activamente en la República.

  Simón Rodríguez filósofo

 Simón Rodríguez es el filósofo de dos grandes utopías, si entendemos por “utopía” el proyecto de transformación política y social que la reacción considera imposible, y trata por todos los medios de hacer imposible. Las dos grandes utopías robinsonianas son:

  A. La formación de la “verdadera Sociedad” > El fin de la Monarquía

  B. La creación de un “nuevo pueblo” > El fin de la Ignorancia

  MONARQUÍA e IGNORANCIA se implican la una a la otra. Hay Monarquía porque hay Ignorancia, pero la Monarquía mantiene y reproduce la Ignorancia para perpetuarse a sí misma como sistema político. “La Monarquía es el gobierno natural de la Ignorancia.”

  El instrumento común para la realización de los dos proyectos es la Educación. Se educa tanto para enseñar a ejercer la voluntad en un gobierno de todos (Cogobierno) como para enseñar a moderar el Amor propio que nos arrastra al Egoísmo (Autogobierno)

  La Educación popular o Instrucción general, además de dotar a TODOS los ciudadanos SIN EXCEPCIÓN de oficios básicos para la subsistencia, y de los conocimientos fundamentales para la vida social (Cálculo, Lógica, Idioma) es creadora de VOLUNTAD (capacidad de movimiento según el reconocimiento de la Necesidad por la Razón) y MODERACIÓN (conversión de las tendencias egoístas del Amor propio en afectos que se satisfacen socialmente, es decir, “virtudes”).

  La Educación Popular es, pues, la palanca que instrumenta las dos “utopías”:

  A. Sustituir la Monarquía (que es la voluntad de uno sobre todos) por el Sistema Republicano (que es el cogobierno de todas las voluntades)

  B. Sustituir la Ignorancia (que es desconocimiento de los Principios naturales y sociales) por el Sistema de la Razón (que modera el Amor propio mediante el conocimiento de las cosas).

  Para que la República sea posible es preciso crear un nuevo pueblo, libre de las costumbres de la servidumbre, un pueblo dueño de su voluntad y conciente de su necesidad. Un pueblo de sujetos sensatos, pensadores e ilustrados. Un pueblo de voluntades obedientes a la Razón, que es “la autoridad de la Naturaleza”. Para no errar… y “hacer la vida menos penosa”, y tener “posibilidades fundadas” en los vericuetos del difícil Infinito moral…

*Pintura: Maternidad de Oswaldo Guayasamín

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