Extracto de «El hombre mediocre», capítulo «La moral del genio»
El genio es excelente por su moral, o no es genio. Pero su moralidad no puede medirse con preceptos corrientes en los catecismos; nadie mediría la altura del Himalaya con cintas métricas de bolsillo. La conducta del genio es inflexible respecto de sus ideales. Si busca la Verdad, todo lo sacrifica a ella. Si la Belleza, nada le desvía. Si el Bien, va recto y seguro por sobre todas las tentaciones. Y si es un genio universal, poliédrico, lo verdadero, lo bello y lo bueno se unifican en su ética ejemplar, que es un culto simultáneo por todas las excelencias, por todas las idealidades. Como fue en Leonardo y en Goethe.
Por eso es raro. Excluye toda inconsecuencia respecto del ideal: la moralidad para consigo mismo es la negación del genio. Por ella se descubren los desequilibrados, los exitistas y los simuladores. El genio ignora las artes del escalamiento y las industrias de la prosperidad material. En la ciencia busca la verdad, tal como la concibe; ese afán le basta para vivir. Nunca tiene alma de funcionario. Sobrelleva, sin vender sus libros a los Gobiernos, sin vivir de favores ni de prebendas, ignorando esa técnica de los falsos genios oficiales que simulan el mérito para medrar a la sombra del Estado. Vive como es, buscando la Verdad y decidido a no torcer un milésimo de ella. El que pueda domesticar sus convicciones no es, no puede ser, nunca, absolutamente, un hombre genial.