Autor: Julio Borromé
Elegimos a los poetas de la dinastía T’ang para acercarnos a la vida del pueblo chino. Nos limitaremos a comentar aspectos fundamentales de un período histórico marcado por la Ilustración del Imperio y la certeza de una Edad de Oro. Hemos encontrado en los poetas tres grandes motivos: el viaje, la fugacidad de las cosas y la amistad.
EL VIAJE
El viaje en sí mismo no tiene ningún propósito. El viajero contempla la luna o escucha las campanas de un templo budista, allende las montañas. Monasterios, bambúes, praderas, montañas y flores en la impermanencia del paisaje no tienen masa, densidad, ni profundidad, la niebla las envuelve con lejanía. Son paisajes vivos y espontáneos. El vacío dejado por las formas cambiantes es de una generosidad inagotable. El paisaje crece y escapa a la mirada del viajero. El viajero contempla la materia bajo la cual nacen otras formas integradas al curso del universo. El paisaje es creación permanente y destrucción de las formas con las cuales ese estado de maravillosa interdependencia tiene su propio ritmo. El viaje en los poetas de la dinastía T’ang queda patente en el destino del viajero en la confesión misma de no considerar el retorno como posibilidad. A lo sumo, está la inquietud, el retardo, la situación económica, la guerra, las decisiones erráticas, y la poca ambición por querer regresar al punto de partida. El viaje de los poetas chinos se funde con la naturaleza y se hace uno con el bambú, las montañas y la brisa. El poeta nunca interroga su lugar ni tampoco hace juicio sobre lo que ve y siente en el río. La memoria no remonta el tiempo, ya nada sabe del pasado y del futuro. No gira sobre sí mismo, ni tampoco se fuga con su “yo” a recorrer libremente su fantasía. Por tanto, no se reduplica, no se aliena y no contiene deseos de retornar. El viaje del poeta chino no comporta un exilio porque no tiene espacio de la memoria, como sí lo habita el personaje homérico Odiseo y el errante judío que vaga por la tierra sin ser de ningún lugar. La casa del poeta chino está en la naturaleza y la naturaleza simboliza a la mujer, por eso en los poemas la mujer está transfigurada en la luna, la brisa, la música.
El viajero chino experimenta la filosofía del reposo en la práctica espontánea de vivenciar la condición efímera de la vida, donde no le viene dado un pensamiento especulativo, sino la contemplación e integración de la misma experiencia de la interdependencia de la naturaleza.
En los paisajes chinos nada está fuera del orden propio de la naturaleza y el poeta sigue el ritmo espontáneo como si fuese él mismo una extensión del río, la sombra del bosque de bambú o la nube pasajera. La contemplación del poeta no es un estado inerte o una actitud pasiva frente a la naturaleza. Aquel momento nunca más impregnará su memoria porque no racionaliza el regreso como sí lo anhela Odiseo. No hay retorno del poeta chino a los espacios de la subjetividad porque en su interioridad no está el mandato imperativo del deber ser, de la moral del héroe griego, sino la marcha en interminable búsqueda de la simplicidad de un instante. La naturaleza es un poder tan enorme que no puede ser definido exactamente; y los poetas chinos, en vez de definir ese poder, descubren y aceptan ese poder de creación y destrucción.
El paisaje silencia al viajero chino. El río, las nubes, la luna, la montaña, el bambú, la niebla y las flores son absorbidos en el estado de inmersión que conlleva una cierta estabilidad de la mente. La contemplación es la práctica de una filosofía del reposo en un medio de especial vibración al unísono con aquello contemplado. Y la consistencia es vacío porque la contemplación no proviene de la imagen proyectada, sino de la comprensión del vacío absoluto de las formas y de la mente cuando ésta se ha disuelto en la unidad, cuando renuncia a proyectar imágenes.
Esto tiene gran importancia a la hora de comprender la influencia del budismo y el taoísmo en los poetas de la dinastía T’ang. La superación del estado dual de la mente y la Iluminación es un proceso progresivo o súbito, sin participación de la voluntad y la representación, aunque la voluntad no intervenga es necesaria en un primer nivel para la atención despierta, y en cuanto a la representación, como no hay separación entre el sujeto y el objeto, el poeta experimenta la unidad de esa inmersión, en la filosofía del reposo, por vías del estado contemplativo.Los viajeros chinos pueden navegar por el río o caminar entre Los viajeros chinos pueden navegar por el río o caminar entre montañas. Los chinos pueden quedarse en la aparente inmovilidad de la experiencia meditativa o andar por los caminos despreocupados, y sin ningún motivo, contemplar las flores de bambú a orillas del río.
La experiencia es descrita por muchos poetas como embriagadora. La experiencia de la totalidad es un estado de embriaguez acompañada de una calma suprema. Es la vivencia del estado no dual donde el sujeto no experimenta separación con ningún otro ser vivo, siendo el Tao lo más propio de cada uno, y es también lo más común a todos.
El poeta que viaja en su barca o asciende a una montaña para contemplar los cerros rojos o encontrarse con un amigo halla la unidad del universo en la experiencia de la filosofía del reposo. Los poetas chinos nos dicen que después del inicio del viaje no hay retorno.
El poeta Han Yü contempla, escucha, siente y describe su viaje a un monasterio, y pregunta:
¿Por qué los afanes de los humanos han de atarle, por así decir, con bocado y brida? Quisiera poder decir a mis amigos; ¿Cómo no desear envejecer aquí, y por qué debería regresa al hogar?
El poeta Li Shang-Yin responde a un amigo:
¿Me preguntas cuándo regresaré a casa? Y contesto: No estoy seguro cuándo he de volver;
El poeta Sung Chih-Wen en el poema inscripto en los muros de una estafeta al norte del Ta-Yu compara su propio viaje de no retorno con el viaje de los patos:
En el décimo mes los patos salvajes vuelan hacia el sur, Llevan su migración hasta cierto punto y luego regresan; Pero mis viajes jamás tienen fin. ¿Cuándo será el día en que llegue a mi hogar?
El poeta Wang Wei nos comunica su experiencia:
Y algún día encontraré al viejo leñador Y charlaré y reiré sin retornar jamás.
El viaje de los poetas de la dinastía T’ang nunca llega al final de la travesía. Los viajeros nunca llegan a la noción del retorno por el deseo de un estado emotivo. Cada lugar donde transcurre el viaje es un lugar de tránsito y contemplación donde se originan nuevos indicios de la realidad, de una realidad de impermanencia y de nuevos indicios de inmortalidad.
LA FUGACIDAD DE LAS COSAS
En los poetas de la dinastía T’ang hay mayor sensibilidad acerca de la fugacidad de las cosas y hay un saber intuitivo de que la existencia es finita frente a la Naturaleza. El indicio de la relación fugaz entre el poeta y el mundo externo es el reconocimiento de la transitoriedad del hombre y de la apariencia de las cosas.
Los poetas chinos se entregan confiadamente a la impermanencia, no porque hayan negado el mundo, tal cual como es, apegándose fielmente al nihilismo, no por haberse despertado la voluntad para la fatalidad y hacerle un lugar al pesimismo, sino por haber despertado a la realidad sin el velo ilusorio del “yo” y de las representaciones mentales que ese mismo “yo” juega a creérselas de verdad.
Los poetas chinos experimentan el vacío desde la frágil condición de mortales y de los sentimientos que de ella derivan, la tristeza, la soledad. Es la condición de un estado de aceptación y fortaleza que admite la única certidumbre de la cual no pueden apartarse, el fin y la trasformación de todas las cosas.
La muerte no depende ni de las cosas del mundo exterior ni del mismo poeta. En la cultura china, la muerte es tan natural y espontánea que el poeta puede ver, como expresión de la caducidad de las cosas, la íntima correspondencia y analogía entre la textura de una rama seca y su cuerpo enfermo.
El poeta opera dentro de una idea de trasmigración que exige la búsqueda de la inmortalidad en la práctica de la alquimia o en la meditación donde experimenta el estado de integración al continuo de energía del universo integrado a todos los seres. Otra de las maneras de soportar la existencia es la ingesta de vino. El vino establece un puente entre lo visible y lo invisible. El vino es el intermediario entre la tristeza y la celebración de la vida del poeta. El vino despierta el sentimiento de aceptar la vida con sus reveses y triunfos, y constituye para algunas tradiciones una trasgresión o la comunicación directa con la divinidad. El vino actúa en el poeta como un elixir de olvido. No nos extraña que el poeta Li Po beba el famoso shao chiu (vino quemado) para olvidar. Este vino es de color amarillo, el color de los taoístas, el color solar. El vino es una constante en los poetas chinos y es la expresión más sublime y elocuente de la tradición árabe y persa.
La condición efímera de las cosas está en la visión fugaz con la cual el viajero contempla la caída de una hoja que nunca regresa a la rama del árbol.
Los cambios en el paisaje, la experiencia de la fugacidad, del quedar prendado de un instante y saber que ese instante no sobrevive, son las razones por las cuales el poeta expresa un sentimiento de pesar profundo acerca de la vida.
La tristeza no se puede eludir y el poeta compensa ese sentimiento si bebe vino en compañía de “una persona vestida de paisano” (Li Po) o en compañía de la luna, tocando el laúd a orillas del río.
La tristeza que experimentamos al leer los versos de los poetas de la dinastía T’ang es la tristeza aliada al coraje y a la audacia en aceptar la vida, a pesar de las despedidas y de la plenitud de vivir el instante que no vuelve y se hace eternidad en la brisa o canción bajo la luna. Es la expresión de la otra tristeza, de la cual nos habla el poeta venezolano Gustavo Pereira: “De pronto es una invasión de sed, una súbita conciencia de pequeñez, de finitud, un vago presentimiento, un hilo secreto.
Parece la tristeza de los poseídos por las dudas, la de quienes vivieron otras vidas. Es la tristeza de los amantes, la de los pájaros solitarios, la personal y honda y ósea melancólica del corazón.”
¿Cómo se nos manifiesta la fugacidad de las cosas en los poetas de la dinastía T’ang?
Desde luego por la poesía, por su propia poesía. Y esta poesía efímera ella misma traza su evidencia poética de verdad.
De aquí su imagen, su movimiento, su instante, y su expresión viva, que abre sonoramente el silencio y la soledad a los poetas. Los poetas chinos comprenden que la naturaleza es permanente transformación de las cosas y el hombre mismo es más que la experiencia de la individuación.
La naturaleza tiene el poder para velar su propio paisaje, y para volver a velarlo (re-velarlo) ante el poeta, cuya atención despierta logra sumergirlo en el mismo momento cuando ocurre.
Es un acto espontáneo del poeta estar en contacto con el todo, y depende de la apertura a la situación, es decir, el modo de estar inmerso en la corriente del universo. Es un modo desinteresado de percepción donde no hay finalidad sino vivencia. Es la experiencia del poeta en la sucesión de llenos y vacíos, de ritmos y silencios, de la continua impermanencia de lo creado.
Si nada permanece en el paisaje, aunque resulte paradójico, no es porque todo fluya, sino porque nada tiene consistencia. Entre lo que fluye y la impermanencia de las cosas, la noción de vacío sabe anudar hábilmente los hilos de la trama de la naturaleza. Es un concepto intermedio que no anula ninguno de los polos opuestos, sino que los trasvasa recíprocamente el uno en el otro.
Concentremos la atención en estos versos de Li Po. Estos nos convocan a vivir íntimamente la “dignidad de nuestra propia naturaleza”, según la expresión de Kant en lo bello y lo sublime. Apreciemos, también, en los dos últimos versos del poema (II), una reminiscencia de los versos de Jorge Manrique en Coplas por la muerte de su padre: “Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en la mar/ que es el morir.
I Ni el agua que transcurre torna a su manantial, ni la flor desprendida de su tallo vuelve jamás al árbol que la dejó caer. II Aquí fue la morada antigua del rey Wu; libre crece la hierba hoy sobre sus ruinas. Más lejos, el inmenso palacio de los T’sing, antaño tan suntuoso y tantemido. Todo eso fue y no es, todo llega a su término. Los hechos y los hombres viajan hacia el morir, como pasan las aguas del Río Azul a perderse en el mar. III Fugitivo relámpago es la vida, que apenas si da tiempo a sentir su pasar. Inmutable es la faz de la tierra y del cielo; mas cuán súbito el cambio de nuestro propio rostro.
LA AMISTAD
La amistad entre los poetas chinos es un canto a la belleza y a la hermandad. Los poetas cultivan la amistad en situaciones difíciles de la existencia. La amistad es el suelo afectivo, el común origen, que es tanto como decir la búsqueda de la compañía en una sociedad cada vez más incierta por motivos bélicos, de poder y del destierro. El hallazgo de la amistad es posible a través del amor y del dolor, o de cualquiera sentimiento, es decir, amor, dolor, alegría, elevados a la categoría de experiencia compartida. Los poetas chinos conocen y aceptan la fragilidad de los vínculos humanos, el cambio permanente de la naturaleza, la guerra, la persecución por motivos religiosos y la decadencia de los imperios. Así cultivan la amistad y actúan según el orden de factores que posterga el contacto, la ausencia temporal o la separación definitiva. La amistad es un modo de sentir. Una disposición de ánimo, un estado de apertura y de valor consistente. Si algo permanece entre los poetas chinos, más allá de las dificultades, es precisamente la amistad.
La amistad, pensando en Li Po y Tu Fu, nos invita a pensar la semejanza y la convicción de preservar los afectos por quienes celebran la vida, aun aceptando los estragos que produce el tiempo, y las decisiones de los hombres en cuanto las mismas deben velar por la tranquilidad y la concordia de sí mismos y de la sociedad. Las decisiones de los hombres están marcadas por la ceguera y el apremio sobre el asunto que los inquieta. Los budistas definen este estado de confusión con la expresión avidya, que significa no sabiduría.
La amistad evita la desolación y ofrece un vínculo imperecedero sentido al dolor de la soledad y de la distancia. La amistad cura a los poetas y ayuda a sobrellevar la ausencia y la tristeza, porque quien tiene un amigo nunca está completamente solo. La cura de la soledad supone una integración, o, por lo menos, la voluntad de integración mediante la práctica de una cierta complicidad entre dos, a pesar del destino que lucha por separarlos, y por extraña paradoja, el destino separa a los que más se quieren.
Pero también el destino trabaja por el acuerdo de fondo, en el caso de Li Po y Tu Fu, de querer lo mismo: la poesía.
La amistad de los poetas de la dinastía T’ang representa el modo más sincero de expresión de vida. La amistad consiste en la apertura fundamental del hombre y de las posibilidades de experiencia compartida, no en las instituciones y la moral al mejor estilo de los romanos y de los neoconfucianos, sino en la vivencia de la aceptación de la fugacidad de la vida. El carácter efímero de la existencia se presenta así como el auténtico vínculo entre la amistad y la poesía, en la medida en que quiere aludir a hechos existenciales concretos.
La amistad en los poemas de Li Po y Tu Fu trasciende una cierta amistad institucionalizada al servicio de los intereses mezquinos de los hombres y del poder. La amistad auténtica se pone del lado de los que alcanzan la presencia plena del amigo ausente o si deciden juntos caminar por las difíciles laderas del sueño. He aquí un poema que Tu Fu dedicado a su entrañable Li Po:
Ya tres noches seguidas he soñado contigo. Estabas a mi puerta, pasándote la mano por el blanco cabello, como si una gran pena te acibarase el alma… Al cabo de diez mil, cien mil otoños, no tendrás otro premio que el inútil de la inmortalidad.
La amistad es la experiencia de compartir la vida, y cuando decimos vida, nos hacemos eco del dolor de los seres humanos frente a las propias circunstancias y las del destino. Dice Oscar Wilde, “donde hay dolor hay un suelo sagrado”.
Este sentimiento de profundo contenido humano es el que suprime toda diferencia de clase, y aun en la ausencia del amigo o de la esposa, el reconocimiento de la radical identidad de todo lo que compete al hombre es efímero. Lo efímero es el último sentir de los poetas, y no hay otra forma para expresar dicha fragilidad que la poesía.
El dolor puede venir de la misma existencia, de la muerte de un hijo como le ocurre a Tu Fu, de las difíciles condiciones económicas, sociales y políticas o de los desastres naturales que cualquier sociedad padece en algún momento de su agitada conformación histórica, por ejemplo, los terribles años 750 a 754, durante la dinastía T’ang. La poesía celebra la amistad, y en adelante, el sufrimiento no es un cambiante mecerse en el infortunio y en la queja ontológica, sino el reconocimiento y la aceptación de esos mismos hechos que ninguna sociedad ni los hombres pueden prevenir y sí enfrentar con voluntad y coraje.
La amistad para los poetas chinos es el vínculo que permanece más allá del encuentro fortuito o del mutuo acuerdo. La condición que hace posible la amistad es la vida misma en la poesía.
La poesía es la condición de espera, en el sentido de hacer de la ausencia el lugar para el encuentro de dos almas afines que por circunstancias están lejos, si se tiene la paciencia y la modestia de escuchar el corazón del otro.
Si los poetas llegan a encontrarse es un momento de encuentro sencillo y pleno, donde hay más silencio que palabra, más fortaleza que debilidad, más unidad que dispersión.
La amistad de Li Po y Tu Fu, tanto en el plano de la presencia como en la ausencia, está unida por la poesía. La poesía es la que los une en un plano de mayor cercanía y convicción de que la vida no es posible sin el cultivo de la amistad, y esta convicción tiene raíces poéticas.
La vida y la poesía no están del todo completas sin el amor que brota de aquella unidad. La despedida es motivo más que suficiente para que el poeta filosofe sobre el carácter efímero de la existencia, filosofe y olvide, compartiendo una copa de vino.
Vamos a transcribir un poema de Li Po donde se pone de manifiesto el valor de la amistad:
Iba a embarcar en el sampán cuando de pronto oí ruido de pasos y, en la ribera, una canción. Erais tú y tus amigos que veníais a despedirme. El Lago de las Flores de Melocotonero tiene mil pies de profundidad, pero no puede compararse, oh Wang Lung, con la profundidad del cariño que siento por ti.
El viaje, la fugacidad de las cosas y la amistad son momentos inseparables de la vida de los poetas de la época de la dinastía T’ang (618-906). En esta poesía no hay lugar para la trascendencia ni para la repetición. El instante es vivido y la vida no viene antes ni después.
El poeta chino no se pregunta de dónde viene el viajero que pasa por el río y en qué consiste el pasar mismo. El viaje sucede y ya, como pasa la vida en la “angustia del tiempo fugacísimo” (Wei Yin Wu).