Autor: Emiliano Trujillo Sánchez
¿Por qué refiero yo estas canalladas?
Para que ustedes, señores míos, sepan que todo esto perdura, ¡perdura! A ustedes les gustan los horrores inventados, les gusta lo terrible referido de un modo bello, lo espantoso cuando es fantástico les emociona a ustedes gratamente… pero no es posible ser sentimental, como tampoco es posible ocultar la terrible verdad recubriéndola con los vivos colores de la bella mentira. Hay que acercarse más a la vida, ¡acercarse más!
Maxim Gorki
La voluntad es lo que puede darte el triunfo cuando tus pensamientos te dicen que estás derrotado. La voluntad es lo que te hace invulnerable.
Carlos Castaneda
A propósito de Sombras y niebla del realizador Woody Allen. La situación, desde un principio, establecida, hace que resulte inevitable pensar en Kafka. Aquel hombre nervioso, hipocondríaco, es arrebatado del sueño, de la cama donde, sin imaginarse lo que le aguardaba, seguramente se acostó inventariando las frivolidades de una vida que por violentas, arbitrarias, ¡primitivas!, determinaciones ajenas, no volvería a ser la misma.
Un asesino anda suelto y una cuadrilla de vigilancia vecinal irrumpe en el dormitorio de aquel hombre interpretado por uno muy parecido a él. Hacen que se levante y salga de su habitación a la calle, donde dijeron que lo esperarían, donde él mismo no encuentra a nadie que le diga cuál será su participación en “El plan”. De este último le hablaron como ¡algo de lo que ya debería estar al tanto! E ignorante del plan miliciano que, desde entonces hasta el final no será —para él— revelado, empieza a caminar entre sombras y niebla, personas y situaciones que, para efectivo sufrimiento, angustia, impotencia del espectador, lo van convirtiendo en el principal sospechoso de los crímenes, por los que será objeto de un absurdo juicio civil presidido por “El clarividente” que lo condenará a muerte.
Sucede entonces lo inesperado: Consigue zafarse del corro que se estrechaba en torno a él, y su fuga le conduce a las instalaciones del circo donde el verdadero asesino a punto se halla de cometer otro crimen. Volviéndose una suerte de señuelo, una carnada, Clyman —nuestro kafkiano protagonista— consigue salvar a la mujer en que nuestro asesino pierde todo interés; ahora lo persigue a él.
No antes de que Clyman encuentre al mago del circo —de cuya mágica rutina, por cierto, es fan— poniéndole al tanto de la persecución que le viene dando aquella personificación del mal, no antes de esto, el asesino da con ellos y, conforme se dispone a matarlos, el mago, con ayuda de Clyman, realiza una serie de trucos que acaban por encadenar al estupefacto criminal. Habiéndole contenido empiezan a gritar solicitando la ayuda que, en breve, se materializa en gran revuelo de pasos y exclamaciones de quienes, al estar cerca, dan aviso de adónde deben ir quienes aún no lo sepan. Al fin penetra en la carpa un numeroso grupo de hombres en mangas de camisa y algunas mujeres, todos igualmente dispuestos a usar los palos, rastrillos y las hoces con que vienen armados. La cámara se había centrado en el punto de acceso a la carpa y al momento en que nuestro mago y su ayudante señalan hacia donde, hará unos cuantos segundos el criminal se hallaba encadenado a una silla, este ha desaparecido. Dada la general decepción de los concurrentes, surge una que otra insinuación de que el mago “bebe mucho” y en caso de que aquello fuese cierto se trataba de un criminal que además era “mejor mago que él”. Ello no obstante, nuestro mago, convencido de lo que acaba de suceder, argumenta que incluso de haberse tratado de un poderoso hechicero se pudo, a lo menos, detenerlo por un momento, “¡asustarlo, quizás!”, y le sugiere a Clyman abandonar la ciudad con el circo, sugerencia que —no sin la característica indecisión de los personajes de Woody Allen— acepta.
Cerca del final, en el último encuadre donde serán vistos, menciona Clyman a su maestro cuán intrigante halla el que pudiera el asesino zafarse de tan pesadas cadenas. El desconcierto que también el mago confiesa es —a respetuoso título personal— la más clara de todas las explicaciones: ¡El mal tiene poder!, un poder tan sorprendente como el que le hace frente y de cada quien es la decisión de creer o no, en lo que muchas veces no da otra impresión que la de ser un truco de magia.
—No es que gusten de mis trucos— algo así responde el mago a su nuevo aprendiz, luego de oírle comentar acerca de la opinión general de su público —no gustan de ellos… ¡los necesitan!— Y agitando suavemente las manos en el aire hace que ambos desaparezcan.
Nótese que en modo alguno Allen transgrede su estructura kafkiana; el mal perdura, ¡se zafa! Siquiera un poco cerca debemos estar del mensaje implícito en esta película escrita, dirigida y estelarizada por un realizador cuyos personajes —los que él mismo interpreta— generalmente están desesperados, buscando razones para no darse un tiro en la cabeza. La vida es sufrimiento, la opresión de la maldad sobre el bien que va muriendo en los oprimidos, los muertos, los ultrajes de la guerra; los muertos, los ultrajes de la delincuencia y el chisme en tiempos de paz, ¡de acuerdo! Sin embargo, no claudica la voluntad de adquirir el conocimiento, el dominio de las artes que a la oscuridad pueden, unos instantes, contener, “¡asustarla, quizás!”… siquiera un instante.